Leyenda de la Ruta «205»

Drusila

Drusila

 

La Ruta 205 tiene unos trescientos kilómetros de extensión en un trazado casi recto. Nace en los suburbios de Buenos Aires y, en su recorrido, se nota como la ciudad se va deshaciendo en poblaciones cada vez más alejadas entre si. Por su carencia de curvas, y el terreno llano debería ser segura.

 

Cada poblado es precedido y luego continuado por basurales que resisten tenazmente ser cubiertos por la vegetación de esa tierra tan fértil.
Luego campo libre y solitario, otra vez basura acumulada que anuncia el próximo poblado, más basura y otra vez campo.
Los municipios que atraviesa no se caracterizan por la limpieza.

Cada tanto se hacen quemas, y el humo negro y apestoso ofende los campos.
Sin embargo no es eso lo que distingue a la «205», esa humareda es compartida por casi todas las carreteras suburbanas.
Lo que si la destaca, es que en un sector de poco más de setenta kilómetros, desde antes del municipio de Ezeiza hasta pasando el de Cañuelas es invadida por extraordinarias nieblas.

No importa la estación del año, con frecuencia el manto lechoso se posa en ella, aunque unos kilómetros más atrás o más adelante la atmósfera se presente diáfana.
Y por cierto, esa particularidad la hace letal, especialmente cuando se mezcla con el humo de las quemas, gracias al desaprensivo aporte humano se convierte en un muro alarmante.

Muchos automovilistas perdieron la vida allí, y no sólo gentes. Perros y gatos que acuden a los basurales en busca de comida son sistemáticamente atropellados.
Allí quedan, pequeños cadáveres sobre el asfalto o la banquina, nadie se ocupa de ellos en vida, menos en la muerte.

Sin entrar en detalles del proceso de descomposición sólo vale comentar que, en el último estado se convierten en patéticos montoncitos grises volviendo al polvo.
No es un espectáculo agradable, es triste, decenas y decenas de hileras de restos.
Los automovilistas pasan a toda velocidad, desparramando más partículas de los pobres animales.

Es la metáfora del abandono y desolación.

Ahora bien, algunas noches cuando la niebla se torna especialmente espesa, algo extraordinario acontece. Esos restos, casi inidentificables en su forma original, son levantados por la niebla, ingrávidos, corporizados tenuemente y tratan de caminar a casi un metro o más del asfalto.
Y así, entre jirones blancos y polvo gris los perros y gatos confundidos creen estar vivos.
Los automovilistas aprecian bien el extraordinario suceso cuando detienen sus vehículos a la vera de la ruta porque no llegan a ver el camino, y son muchos quienes presencian asombrados la escena, aunque macabra, no carece de belleza, cientos de perros y gatos flotando blanco sobre blanco.

Los lugareños se han acostumbrado al fenómeno.
Ahora bien, esta leyenda no termina aquí.
Los habitantes de las pequeñas ciudades y pueblos de esa zona hablan de una mujer de hermosa apariencia, alta, cuyo cabello es blanco y exageradamente largo.
Aunque nadie la vio de cerca, parece calzada con altas botas de fino taco, breve falda, y una sencilla blusa no importa la temperatura.

A veces tomada como una prostituta por su incesante caminar con paso largo e inquieto a un costado de la ruta, sea día o noche, pero evidentemente en ese desolado Páramo difícil que encuentre clientela. Nadie recuerda la primera vez que fue vista, si es que hubo una primera vez.
Nunca la vieron alternar con persona alguna, sólo, cada tanto allí esta, lejos de la gente.
Lo que si ven los atentos vecinos es que toma entre sus manos los despojos de perros y gatos, y con cuidado los deposita en la tierra, lejos del asfalto, con profundos gemidos de tristeza.

Tanta pena emana la mujer que es notable en la distancia, las gentes conmovidas desvían la mirada y evitan hablar mucho de ella.

En la intimidad de sus hogares, de vez en cuando, se preguntan quien es y porque realiza esa tarea desagradable con tanta piedad que la hace solemne.
Con los años paso a formar parte de las cosas cotidianas, estaba y ya.
Aunque durante algunas temporadas desaparece, siempre vuelve a su trabajo sin fin.

Algunos creen que es una demente y los animales alzados por la niebla una alucinación colectiva.
Un turista que la vio declaro que es una banshee, que llego a Argentina como polizón en uno de los tantos barcos cargados de inmigrantes. Nadie sabía que es una banshee, de que hablaba ese gringo.
Otros creen que es sólo una buena mujer que da sus respetos a los animales impidiendo que sigan flotando en la niebla y humo de quema, desorientados y asustados gracias a la desidia de los demás.

Sea quien sea, o sea quien no sea, esta, casi siempre, como la niebla, como los perros y gatos atropellados.

 

Sonia Drusila Trovato Menzel

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