Una vida de aventura

                   Primero fue, Así se hizo, El hombre y la tierra, siendo el subdirector en donde da a conocer a los lectores, como se hace un programa de televisión y cuales son esas pequeñas cosas que el televidente desconoce. ¿Quiénes son sus protagonistas?, ¿qué se esconde detrás de cada toma? Y lo más importante: ¿Cómo ha sido esa relación entre los distintos profesionales para que un documental como en su momento fue, El hombre y la Tierra pudiera llegar a miles de hogares? Y en un momento en que el continente helado se ha convertido en el ‘must’ del turismo mundial; en que un inmenso territorio es visitado por 154 pudientes turistas previo pago de 5.400 euros por cabeza. Es cuando nuestro autor publica, Así se hizo, Idus de Marzo. La primera expedición a la Antártida pero no ha parado ahí… Su último trabajo ha sido El Mono Espacial… Y entre libro y libro o conferencia no ha parado de viajar y sigue haciéndolo…

 

Fernando L. Rodríguez, nace en la Guardia (Pontevedra) en 1941 y desde su más tierna infancia y según sus palabras «Ha ido por el mundo con los ojos bien abiertos» realiza documentales, escribe libros y artículos, siendo invitado en numerosas ocasiones a distintos países que más tarde serían objeto de muchos de sus reportajes, colaborando asiduamente con el Museo Nacional de Ciencias Naturales (Madrid), y con el Centro Pirenaico de Biología Experimental, Jaca (Huesca) Es considerado entre los mejores taxidermistas del mundo, amen de otros trabajos.

En «Así se hizo, Idus de Marzo», nos descubre las muchas vicisitudes y experiencias vividas por el autor y los muchos profesionales que sin ningún tipo de ayuda institucional han tenido que pasar para poder ser una de las primeras expediciones españolas en llegar a la Antártida. Realizada a finales del verano austral y en el comienzo del invierno de 1983, en la Goleta de tres palos, y de construcción española; Idus de Marzo fue también creada la Asociación de España en la Antártida por el capitán de la Marina Mercante, Juan Manuel Gracia Menocal, artífice de la adhesión al Instituto Oceanográfico logrando así la colaboración de la Marina de Guerra Española.  

 

Un sueño convertido en realidad gracias al esfuerzo de todos sus colaboradores que han tenido que poner dinero de sus propios bolsillos y de su S.M. el Rey Juan Carlos I quien nunca dejo de estar enterado de los más mínimos detalles, dedicando un apoyo personal durante toda la travesía.

Al pasar sus paginas es como si estuviéramos leyendo un cuaderno de campo en donde el autor relata con minuciosidad como ha sido la expedición. Tardaron dos meses más de lo previsto en conceder los permisos pertinentes de navegación, para poder partir desde Asturias. «Cada día que pasaba era uno menos que- no podíamos estar en la Antártida» Al fin un quince de diciembre de 1982, la Idus de Marzo, logra zarpar de Asturias con un largo periplo hacía el sur, antes de encontrarse con el resto de los expedicionarios. «El día 16 de marzo, amanece despejado. Ponemos rumbo a Caleta Visca, en la misma isla del rey Jorge, la mayor de las Shetland del Sur. Con la zodiac vamos a una rada en donde hay varios iceberg, algunos ocupados por dos especies de focas: cangrejera –Lobadon Carcinophagus -, no encontrada hasta el momento y leopardo –Hydrurga Leptonyx -, ambas de hábitos solitarios. Para fotografiarlas debo desembarcar en los témpanos. Toda una epopeya» Dice su autor.

Tras hacer las fotos muy difíciles y peligrosas logran embarcar de nuevo en la zodiac –no sin grandes dificultades-, están a punto de caer al agua. En los baños se conservan todos los cepillos de dientes de los últimos expedicionarios. Según la tradición algún día estos mismos cepillos serán utilizados de nuevo. Son muchos los que se han quedado.

 

Desembarcan en la playa una y otra vez acordándose de aquellos que han estado antes, de aquellos que han dejado sus vidas por dar a conocer otra tierra. Hubo una antigua factoría ballenera, de origen gallego, (Galicia, región del N.O. de España) situada sus ruinas cerca de la Base G. donde fueron abandonadas por los ingleses hace veinte años.  

Tres tumbas de geólogos ingleses es el alto precio que pagaron por haber investigado la peligrosa Keller. Arreglan las cruces medio caídas, ponen más piedras para sujetarlas algo mejor. A falta de flores, unos añosos líquenes, es su homenaje a esos esforzados seres humanos. Es como si se tratara de un cuaderno de bitácora: aventura. Se han desprendido de su bien más preciado, para que la humanidad supiera algo más sobre la Antártida y esas islas de las que tan pocos han oído hablar. El Idus de Marzo, la crónica de una Goleta y unos hombres gracias a los cuales como el resto de los países, España posee una base, Juan Carlos I. En donde biólogos, geólogos y otros científicos, arriesgan –según su autor-, su tiempo y familia para poder trabajar en las bastas soledades blancas de un continente helado. Y al terminar de escribir esta columna no podemos olvidarnos de recordarles a ustedes la última publicación de nuestro autor, «El Mono Espacial» (Mandala Ediciones) con un prólogo de José Manuel Acosta y Acosta, profesor de la Universidad de la Laguna es una de sus últimas obras. Un volumen de trescientas cuarenta y seis páginas en donde a la narración como en trabajos anteriores se suma una gran trabajo fotográfico que parece el sueño de una vida como ya hemos apuntado ligado a la aventura. «Si al ser humano se le explica cuál es su interés, cambiará su comportamiento. Para ello debemos aprender a adaptar nuestros medios a nuestras necesidades. Hay que darse cuenta que la tierra no ha sido creada por el ser humano y como- el mismo autor nos explica a lo largo de sus páginas y de su vida-, podemos poner en peligro nuestra supervivencia» Y en cuanto a las guerras: «¿no será el militarismo la filosofía de los muertos? Puesto que las guerras nacen en las mentes de los hombres donde deben de erigirse los baluartes de la paz».

 

Artículo elaborado por Maria Parente y Roberto Carlos Mirás

Maria Parente y Roberto Carlos Mirás

 

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