Se ofrecen re-cortes de mangas. Vida no negociable

  • Por Juan «El letrastero» desde su sección “Acuéstate y suda”

Será que no hay otra cosa de qué hablar.

Cuántas veces hemos oído eso antes del confinamiento en el que nos encontramos inmersos. Y concienciados de estarlo, que quede constancia. Ya que a día de hoy, es la única forma o solución que poseemos para frenar la propagación del virus.

Pero no, no voy a escribir sobre el peligroso COVID19, no. Y no será por ganas. Ni por el cabreo que llevo encima; ya que siempre es lo mismo y siempre pagamos los mismos. Y siempre surge el empuje de solidaridad por parte de los mismos. Puesto que siempre se recorta a los mismos. Y producto de todo eso: estoy hasta los mismos.

 

Pero no, prometido… no voy a elevar el enojo al máximo exponente. Voy a reflexionar. Y cuando digo esto, es cuando mi mente frunce el ceño y blande la sonrisa con una meticulosa mueca. Sin embargo, no deja de yuxtaponer bajo la mesa el envite a manga cortada de la rebeldía parlanchina, que pasea en ocasiones por mi mente de la mano del silencio abrumador, que habita en la prudencial distancia del marcaje en zona al que someto a mis propios pensamientos.

Y entre noticia, y noticia… reflexiones y demás; me apuñalo hacia mis adentros y le suelto a mi genio que se calle, que como me toque mucho las narices, me trago el orgullo y lo eructo con regustillo avinagrado. Todo sea por evitar que se venga arriba. Conozco muy bien cómo se las gasta cuando trasnocha en compañía de mi inquietud por las arrabales de mi callejero cerebral. Allí, no paran de cometer fechorías imaginativas con carácter delictivo, que luego suelen dejarme debajo del felpudo, para que sean llevadas al papel, incriminando piadosamente a la imaginación.

Miro de distraerme. Germinando semillas tintadas, en pro de un huerto plagado de metáforas, que seguramente llegaré tarde a recolectar, y que no me servirán ni para una ensalada de conclusiones válidas.

Por tal motivo, aprovecho la presente para… aparecer. Y reencontrarme con ese viejo amigo: el tiempo. Que me deja dar dos vueltas a su esfera. En ocasiones, también surfear; encuartelado sobre sus manillas, mientras les coloco las albardas a las doce horas sobre las que roto una y otra vez.

Los tiempos están cambiando, que decía Dylan. Le quiero creer. Es más, creo que nadie nos podrá nunca arrebatar ese sueño utópico de cambiar el mundo. Aunque claro, a veces te caes desde la azotea de las reflexiones… y te das de morros contra el suelo; proyectando sobre un plasma tintado de bilis, la cruda realidad, muy poco pasada en la plancha de esta sociedad. Y mientras tanto, ahí van nuestras libertades indigestas, buscando retretes con vehemencia, en los cuales aliviarse de tanta cantidad de… medias verdades que tienen que tragar.

Iba a hablar de muchas cosas, e igual no he hablado de nada. Pero quizás todo sea producto de que mis pupilas hayan derrapado hace apenas una hora por los cristales de las gafas, leyendo lo escrito por Robert Waltser, antes claro, de que  internase en un manicomio durante veintitrés años y no osara escribir ni una línea nunca más. Me sigue pareciendo esto último, un heroico acto de cordura que le honra, ciertamente.

Así que, poned otro plato en la mesa para el tiempo. Desgastad los “te quiero” sin miedo, que se regeneran cada noche, no sufráis. Poned esa música de nuevo, pues son un montón de recuerdos, ya lo vaticinaban los Barri. Visionad “Big fish”. Tendréis licencia para disimular al final de la película, afirmando con las pupilas húmedas, que se os ha metido una pestaña en el ojo. Releed de nuevo las obras literarias que os impactaron, o compradle a un amigo esa novela que le acaban de editar. Aunque luego uséis su gramaje para que no cojee la pata de la mesa de la cocina, pero compradla.  Y no le pidáis nada a cambio,  ya que os recompensará con otra “chapa parlanchina” de esas tan suyas. Adjuntada de una cerveza, sin duda. Todo ello, cuando os podáis ver de nuevo (¡palabra!).

Llamad a la familia. Acordaos de los que no ya no están pero siempre van con vosotros. Pensad en las amistades de toda la vida que andan por ahí: esa peña a la que les sobran carnavales y tienen el código ético del colegueo siempre con los oídos despejados para la llamada. Silbad, silbad.

En cuanto a la mala gente, que la hay… no deberían ser reclamados. Tampoco hay que pasarse con la mermelada de albaricoque. Pues si hasta día de hoy, hemos aprendido a no libar el licor meloso de la hipocresía con dichas personas, no vamos ahora a pagarle rondas al que ni de pie nos cae, ¿no?

Y cuidaros eh. Que si no lo hacemos nosotros, o nuestro personal sanitario, dudo que lo hagan “los de arriba”. Dudo, que quede claro, o no. Porque la duda ofende:

“Sí, no sé, tal vez… depende”  que cantaban los Siniestro Total.

 

  • Por Juan «El letrastero»

 

También te podría gustar...