El Riachuelo

Drusila

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Nace con el inquietante nombre de Río Matanza, igual que un populoso municipio por donde pasa, y es en conmemoración de una sangrienta batalla en épocas de la conquista. La mayor parte de su recorrido es por el conurbano bonaerense, cuando penetra en la ciudad de Buenos Aires cambia al despectivo nombre de Riachuelo. Desemboca en el Río de la Plata, a través del pintoresco barrio de La Boca. Es un lugar colorido, muchas veces pintado por artistas, típicamente porteño, hogar de uno de los más populares equipos de fútbol, lleno de conventillos, sitios culturales, sitios nada culturales, y como emblema, el Riachuelo.

También el Riachuelo posee el dudoso honor de ser uno de los tres ríos más contaminados del mundo, sus aguas tienen aspecto de una masa semi líquida, negra, inmunda, es la negación de lo que se supone un río, es una vena gangrenosa rebosante de putrefacción.
Ya un poco alejado de la Boca, sus riveras están adornadas con montañas de basura, cantidad de perros famélicos, y enormes ratas indolentes.

La contaminación es tal que si una persona cae accidentalmente en ese negro fluido corre más peligro de morir envenenada que ahogada, de hecho, ningún pez normal puede nadar ahí, ninguna forma de vida que no sean resistentes bacterias.
Durante sucesivos gobiernos, década tras década, se prometió en campañas electorales limpiarlo, y allí quedaron, en promesas.
Y así, el Río Matanza, o Riachuelo en la ciudad de Buenos Aires se arrastra con tóxica ensoñacion, sueños de pestilencia, y genera incontables leyendas urbanas.

Una de ellas se refiere a la sangrienta matanza ocurrida en el año 1536, donde los conquistadores aplicaron una técnica de rastrillaje y exterminio sistemático del pueblo de los , Querandies, quienes habían sido los dueños de esas tierras más de mil años atrás.
El primer genocidio ocurrido en Santa María de los Buenos Aires, perpetrado en nombre del rey y de la iglesia, y de la insaciable codicia.

Las crónicas de la época fueron narradas por los mismos asesinos, y fue tan brutal que relatan como el río y las riveras se tiñeron de rojo, tal fue la cantidad de sangre vertida por los indígenas y algún que otro español, y así el sitio y el curso de agua se llamo La Matanza.
En su gran mayoría los pobladores actuales desconocen la historia del lugar, seguramente no son lectores de Lovecraft, es más, pocos son lectores.

Por poca imaginación y escasa sensibilidad que un individuo posea, el Río Matanza bonaerense cuando se aleja del colorido barrio de La Boca y se rodea de soledad, produce verdadera inquietud.

Las mentes son invadidas por un desasosiego inexplicable, miedo animal.
De día es una cloaca inmunda, pero de noche es tenebroso como debe serlo el Estigia.
Quizá sea producto de sus vapores malsanos, de su bruma venenosa, quizá sean sólo ilusiones ópticas, se habla de vahos con forma humana caminando sobre la superficie del río, de criaturas extrañas, malévolas y escurridizas, voces de niños jugando entre la podrida vegetación.

Sin embargo, el mito más fuerte es el de un colosal gusano, casi siempre aletargado, de varios kilómetros de longitud, viviendo en el lecho mismo del río. Un monstruoso ser que se formó en la época de la matanza de Querandies, y pasados cinco siglos jamás dejo de crecer, buscando la salida al Río de la Plata.
Algunas personas aseguran, mientras se persignan, haber visto parte del fenomenal lomo del animal cuando las aguas están en bajante. Dicen que esas aguas aceitosas y negras se curvan de un modo antinatural hacia arriba.

El negro petróleo del río a veces se vuelve rojo intenso con las primeras luces del alba o las últimas del atardecer, exactamente como cuando el genocidio de los indígenas.
Generalmente los mitos se crean a partir del conocimiento de un hecho memorable, en este caso el hecho es casi desconocido, pero intuido.

Sin embargo, con las descripciones antedichas, se puede aceptar o no la existencia del monstruoso gusano, pero viendo el desolador paisaje de contaminación extrema, no hace falta crear una siniestra criatura sumergida.
Y no hace falta porque el monstruo está a la vista, es el mismo Río Matanza, llamado Riachuelo en la Capital Federal, un repugnante, peligroso y amenazante gusano que en verdad mata.

Casi no hay habitante cercano a sus riveras que no este enfermo, cáncer, tuberculosis, infecciones graves, intoxicaciones terminales, y son cientos de miles de personas expuestas al veneno mortal. Y los funcionarios se comportan como si en verdad fuera una leyenda urbana, ignorándola, ya que el dinero necesario para sanearlo les es más útil en sus bolsillos.

Desde hace cinco siglos es un lugar y un río indudablemente maldito, un obsceno altar de codicia donde se ofende a la naturaleza.

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