Bares, qué hogares (II)

  • Por Juan «El letrastero» desde su sección “Acuéstate y suda”

Si en la primera parte del artículo-homenaje a los bares, más concretamente a la función social que representaban desde el punto de vista de identificación y camaradería, englobando a unos “abrevaderos de cabecera”, así como el hecho de sentirse identificado con Galicia dentro de una urbe cosmopolita y desarraigada como podía ser Barcelona; en esta segunda parte, intentaré, aunque igual no lo logro, mostrar y ejemplificar la labor a nivel social que un bar desempeña en las zonas rurales.

 

Suelo rememorar los veranos que pasé de pequeño en la casa de mi abuelo, y despertar con dos palmadas y un zarandeo febril a los recuerdos que me rebobinan directamente a la infancia

 

Me gusta recordar, con la nostalgia correspondiente, que en mi pueblo: A Pena Folenche, llegaron en su tiempo (en los ochenta) a coincidir a la vez dos cantinas y una tienda. Ahora que, el número de habitantes no alcanzará ni la veintena, eso suena a ciencia ficción. Pero en aquellos años, era un síntoma inequívoco de que un tercio de las casas estaban habitadas a lo largo de todo el año.

Suelo rememorar los veranos que pasé de pequeño en la casa de mi abuelo, y despertar con dos palmadas y un zarandeo febril a los recuerdos que me rebobinan directamente a la infancia. Aquellos veraneos se desplegaban en dos meses, julio y agosto. Contando con la única comunicación con mis padres a través de una conferencia telefónica semanal (en la tienda), pero siendo partícipe y testigo de reuniones sociales de los vecinos allí mismo. En “La Cantina del Zorro”, antes de ni tan siquiera traspasar la puerta, te topabas con un zorro de madera en la entrada. Además, su propietario, sacaba su guitarra y nos deleitaba cantando con tono a lo Leonard Cohen canciones de interpretación improvisada, con cierta debilidad hacia la ranchera y la habanera, todas ellas tocadas con un único acorde. Eso del virtuosismo allí dentro se consideraba algo sobrevalorado. Estar en ese local, con ocho años, viendo la final del mundial del 82, entre cantos, vinos, “rapaz, ten tu Coca-Cola”, etcétera… te espabila la facultad de observar prematuramente. Aquel niño no entendía que, teniendo televisor en casa, mi abuelo y yo bajásemos a la cantina a ver a Tardelli celebrar su gol como si no hubiese un mañana, o a Chanquete y su troupe manifestarse en la proa de “La Dorada”, guitarra en mano y entonando un “No, no, no nos moverán…” que creo que cantó todo el país aquel verano. Pero como decía mi abuelo: “Vamos neno, que alí está a xente”. Llamémosle razón o necesidad de comunicarse entre los vecinos, pero, cuánta razón tenía en eso Silverio, que así se llamaba mi abuelo, no Silvester, como le puso un funcionario cuando se renovó el DNI. A pesar de que, a él, tampoco le pareció mal ni corregible tal errata. Eran tiempos en los que Stallone estaba en la cresta de la ola cinematográfica y compartir nombre con el protagonista de “Rocky” era todo un halago.

 

Pero como decía mi abuelo: “Vamos neno, que alí está a xente”

 

Cuando la década de los noventa se desperezaba, una veintena de almas jóvenes se lanzaron a conocer nuevos territorios. ¿Dónde dejaron caer su ancla? Sí, efectivamente, en los bares de Trives. Y aquello ya fue nuestro Disneyland particular. Las noches en el “Mirasierra” todavía son motivo de conversación entre los protagonistas y Marco, el capitán que cada noche nos llevaba a barlovento con nuestros porrones, jarras, risas y canciones de Siniestro Total, cantando todo el repertorio a viva voz, al unísono y a sotavento: “Todos los indios… Manitú, Manitú…”. Si los de Vigo hubiesen sabido del entusiasmo que mostrábamos en aquellas noches de agosto, lo mismo el directo “Ante Todo Mucha Calma” se debería haber registrado allí y no en una sala de Valencia. Más tarde, la ruta continuaba: Bodegón, Gelfi, Sky, Quintela, Vigo-Madrid, Curvi, Candello, Disco Pub, La Guagua, Bartolo, Paneque, Nevada… begin the beguine, a desayunar.

 

¿Dónde dejaron caer su ancla? Sí, efectivamente, en los bares de Trives

 

En aquellas giras de taburete en taburete y codo que reclamaban su ración de Nivea por el roce con las barras, conocimos a gente de otros pueblos y del mismo Trives. Gentes que, con los años, pasaron a ser amistades forjadas a fuego ante la condensación del grifo de cerveza que la estrella gallega marcaba. Reitero de nuevo la frase que mi amiga Fernanda Paz, emplea a modo de introducción, cada vez que le pido el favor de conducir (Help) una presentación: “Que estemos hoy aquí, es la prueba evidente de que se puede salir de copas y hablar de literatura”. Dixit.

Yo, por mi parte, mantengo firme la teoría de que cuando un bar se cierra, algo de vida social creada alrededor de él se muere. En el ámbito rural, ese aspecto es todavía más grave, ya que desaparece un punto de encuentro para sus habitantes. Siempre se lo comento a otro amigo (Gabi), y me refiero al hecho de que en su pueblo (Cova), tengan el bar “Os Pinos – Casa Agenor”, que le proporciona a sus vecinos, o por lo menos, no les quita ese punto de sociabilidad que existe en las parroquias que representan esos archipiélagos habitados, y que se distribuyen por el manto verde del paisaje de interior.

Hace unos meses, nos enteramos que la gerencia del bar Sky: Julio (Richi), Victoriano e Isabel, bajaban la persiana por jubilación. Y que justo al mismo tiempo que le daban la vuelta a la llave del cerrojo que clausuraba la trayectoria de un local, que tras tres cambios de décadas (e incluyendo uno de siglo), se había ganado el adjetivo de clásico a pulso; siendo un punto de referencia en el mapa hostelero, y ya no de Trives, sino de la provincia, se finiquitaba una brillante trayectoria. Pudiera ser que, por todo ello, se nos quedase un cierto sabor agridulce tras su cierre. Evidentemente. Y ya no por esas cañas y esas tapas de ensaladilla, de las cuales me declaro fiel devoto, sino porque la vida concentrada y comprimida alrededor y en el interior de dicho establecimiento… iba a difuminarse. ¿Por otros sitios y rincones? ¿Qual piuma al vento? Sí, tal vez, no sé. Pero, de lo que estoy bastante seguro, es que esa plaza iba a perder gran parte de su encanto.

 

 

Los bares en muchas zonas representan algo más que esos lugares en los que beber y comer

 

Aunque, por suerte y para bien de todos, y esperemos que también para sus nuevos propietarios, ese desfibrilador barista ha llegado de muy cerca, y a tiempo, para que el corazón del Sky siga latiendo a base de descorches, choques de hielo en vidrios circulares, surtidores de cerveza, y soplidos de cafetera. Porque tal y como intentaba reflejar al principio de este artículo: los bares en muchas zonas representan algo más que esos lugares en los que beber y comer.
Quede ahí, en algún punto de la barra, el deseo de que todo les vaya bien a Álvaro y compañía, en esa nueva etapa que inician en un local mítico (El Boliche ya lo es también).

 

A mí no me cabe la menor duda que el Sky está en muy buenas manos; hay oficio, ganas, y un trato casero, que es como nos gusta a la gente sencilla que nos hagan sentir: como en casa. La nave llegará a buen puerto de nuevo. El pilotaje denota ganas y el entusiasmo está ya de por sí asegurado.

Arriesgar es un acto de valentía, y de los valientes siempre hay algo que contar y escribir.

Sorte amigos.

 

  • Imágenes: ‘reapertura’ del Sky (nueva gerencia). Cedidas por Álvaro Cid.

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