En el corazón de Galicia, Valdeorras guarda una historia que no solo se escribe en sus paisajes y viñedos, sino también en las vidas de quienes la habitan. Agricultores, pastores, viticultores, artesanas, emprendedores… Personas que, día a día, sostienen la identidad de una tierra que respira esfuerzo, orgullo y tradición. Esta es una mirada humana al alma de Valdeorras, tejida a través de quienes la hacen posible.
Los guardianes silenciosos del territorio
En cada pueblo, en cada finca, hay una historia que merece ser contada. María, por ejemplo, heredó la pequeña viña de su abuelo en O Barco de Valdeorras. Pese a las dificultades, decidió no venderla ni abandonarla. Aprendió a trabajar la cepa, a vendimiar con criterio y a entender los ciclos de la tierra. Hoy produce un vino artesanal que se vende en ferias locales y a través de internet, llevando el nombre de Valdeorras más allá de sus fronteras.
Como ella, muchas otras personas, sin hacer ruido, están sosteniendo un legado. No aparecen en los medios, no buscan protagonismo, pero son fundamentales. Son los héroes cotidianos del campo.
El valor del trabajo bien hecho
En Valdeorras, el esfuerzo se valora. No por romanticismo, sino por necesidad. La orografía, el clima, el envejecimiento demográfico y la falta de relevo generacional hacen que el campo exija una entrega total. Quien sigue aquí no lo hace por comodidad, sino por convicción.
José Luis, un apicultor de Petín, comenzó con cinco colmenas como hobby. Hoy tiene decenas y comercializa una miel de alta calidad que ha sido premiada. Su historia es un ejemplo de cómo la pasión, unida al saber tradicional y la capacidad de adaptación, puede convertirse en una oportunidad real.
Mujeres que mantienen vivo el tejido rural
Uno de los pilares del mundo rural son las mujeres, muchas veces invisibilizadas pero absolutamente esenciales. En Valdeorras, cada vez más mujeres están al frente de explotaciones agrarias, cooperativas, talleres artesanos o iniciativas turísticas. Son lideresas silenciosas que están cambiando el rostro del campo.
Maruxa, en Rubiá, ha recuperado un telar tradicional con el que crea piezas textiles únicas que combinan diseño moderno y técnicas ancestrales. Sus productos no solo se venden como artesanía local, sino que también sirven como herramienta para explicar a escolares y visitantes cómo eran los oficios de antes.
Jóvenes que apuestan por quedarse
Aunque el éxodo rural sigue siendo una realidad, Valdeorras también está viendo un leve pero significativo retorno de jóvenes que deciden apostar por su tierra. Algunos lo hacen por necesidad, otros por vocación. Lo importante es que cada vez hay más proyectos que combinan tradición e innovación.
Es el caso de Diego, que después de estudiar en Ourense volvió para abrir una pequeña empresa de servicios digitales para pymes rurales. Desde su casa en A Rúa, trabaja con negocios de toda Galicia, demostrando que es posible generar valor desde lo rural con las herramientas adecuadas.
Tejiendo comunidad desde lo local
La fuerza de Valdeorras no está solo en sus productos, sino en sus vínculos. Muchas de las personas que trabajan el campo lo hacen en red: compartiendo maquinaria, ayudándose en las campañas, organizando mercados, transmitiendo conocimientos.
El GDR Valdeorras, por ejemplo, no solo impulsa el consumo de proximidad, sino que también organiza encuentros, jornadas y proyectos para visibilizar el trabajo del campo y fomentar el orgullo rural entre la población.
La dignidad de lo sencillo
Hablar de los héroes cotidianos de Valdeorras es hablar de dignidad. De personas que no buscan reconocimiento, pero que merecen ser reconocidas. Que cuidan la tierra, los animales, los saberes. Que enfrentan retos enormes con recursos limitados, pero con una fuerza admirable.
Son los que mantienen los caminos abiertos, los que repueblan los bancales, los que guardan la receta de la empanada tradicional, los que enseñan a los niños el nombre de cada árbol. Son los que hacen que Valdeorras no sea solo un lugar, sino una comunidad viva.
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