Valdeorras: El alma detrás de sus viñedos

Recogiendo uva godello en Valdeorras

En el silencio que envuelve las mañanas de Valdeorras, cuando la niebla acaricia las laderas y el aire huele a tierra húmeda, comienza cada jornada de los viticultores que llevan generaciones entregando su vida al vino. Valdeorras no es solo una Denominación de Origen: es un legado vivo que se transmite entre cepas, historias y manos curtidas por el tiempo.

Pequeñas bodegas, grandes historias

Llevan toda la vida trabajando su viñedo familiar en A Rúa. Cuentan que su finca fue plantada por el abuelo hace más de setenta años, y desde entonces nunca ha faltado una vendimia. “Aquí no se trata solo de producir vino, se trata de cuidar algo que es nuestro desde siempre”, relatan mientras repasan las hojas de una cepa de godello.

Como ellos, decenas de familias en Valdeorras mantienen viva una forma de vida que respeta los ciclos de la tierra y valora cada gota de esfuerzo invertido. Las bodegas pequeñas, muchas veces familiares, son el alma de esta región, y su trabajo se refleja en vinos auténticos, llenos de carácter y con una fuerte conexión con el territorio.

La tierra como identidad

El suelo pizarroso de Valdeorras, la altitud de sus viñedos y la influencia del clima atlántico crean un entorno único para la vid. Pero más allá de las condiciones geográficas, hay algo que distingue a los vinos de esta comarca: la conciencia de pertenencia a una historia.

Cada parcela tiene nombre. Cada cepa tiene historia. Y cada cosecha es diferente, moldeada por el tiempo, las lluvias, el calor del verano y las manos que la recogen. “La tierra te da lo que le das tú. Si le devuelves cuidado, te recompensa”, asegura este joven viticultor que decidió volver tras estudiar en Santiago, convencido de que su futuro estaba entre viñas.

Godello y mencía: orgullo de Valdeorras

Aunque la godello se ha convertido en la joya más reconocida de la comarca, el alma de Valdeorras también late en sus tintos de mencía. Vinos frescos, con cuerpo, que expresan la mineralidad del suelo y la sabiduría de quienes los cultivan. Cada botella es un relato embotellado, un diálogo entre la tradición y la innovación silenciosa de quienes, sin grandes alardes, están haciendo vinos que enamoran dentro y fuera de Galicia.

No son pocos los reconocimientos que han llegado a estos caldos. Pero más allá de premios o puntuaciones, lo que valoran los viticultores es que su historia llegue al consumidor. Que quien abra una botella de Valdeorras entienda que hay mucho más que vino: hay familia, esfuerzo y una forma de entender la vida.

La vendimia, una fiesta del alma

La vendimia en Valdeorras no es solo un trabajo: es un momento colectivo. Vecinos, amigos y familiares se reúnen para recoger la uva con mimo. Es una jornada de madrugón, de risas, de almuerzos al aire libre entre viñas, de canciones populares y de orgullo compartido. Un ritual que refuerza la identidad rural y pone en valor la cultura del vino como elemento vertebrador del territorio.

Incluso los más jóvenes, que muchas veces estudian o trabajan fuera, regresan por unos días para echar una mano y reconectar con sus raíces. En cada canasta llena de uva hay un pedazo de memoria y un símbolo de continuidad.

Tradición que mira al futuro

A pesar del arraigo a lo tradicional, muchos viticultores están incorporando mejoras sostenibles: control ecológico, reducción de químicos, eficiencia hídrica, etc. El objetivo es claro: respetar el legado, pero adaptarlo a los nuevos tiempos sin perder su esencia.

El enoturismo también ha ganado terreno. Visitas a bodegas, catas al aire libre, rutas entre viñedos… todo suma para mostrar al mundo el alma de Valdeorras. Y lo hace desde la cercanía y la verdad, sin artificios, porque aquí el lujo está en la autenticidad.

Una comarca que habla a través del vino

Valdeorras no necesita grandes campañas de marketing para emocionar. Lo hace con sus paisajes, con la calidez de su gente, con el sabor de su godello y con las historias de quienes aman su tierra. Detrás de cada botella hay una vida, una familia, una generación que apostó por quedarse y seguir cultivando el alma de esta comarca.

Y es que, en Valdeorras, el vino no solo se bebe. Se escucha, se vive y se recuerda.

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