Santa Animalidad

Drusila

Drusila

El Génesis relata que Adán y Eva eran dichosos en el Edén. Se alimentaban sin preocuparse por siembras o cosechas, Eva paría sin dolor, vivían en conexión con sus instintos y el entorno.
Inocentes. Pero, al probar el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal un cisma dramático se produjo, adquirieron conciencia de si mismos, de sus actos, y de las consecuencias que acarrean, por lo tanto, del paraíso fueron expulsados.

Leyendo entre líneas hay una poderosa metáfora que nada tiene que ver con cuestiones religiosas. Es improbable que los antiguos tuvieran noción de la evolución, y, obviamente, menos que pensaran que la adquisición de conocimientos alejó al humano de su condición de animal, puede ser que darle al pasaje bíblico esta alegoría tenga ligereza de criterio. Sin embargo, sirve para ilustrar la idea de la Santa Animalidad.

En la tradición judaica, babilonica, sumeria y egipcia, entre otras, en el principio del mundo el mal y el bien existían como una entidad ajena a todo ser vivo. Eran el gran atributo de dioses.
Y, hoy en día, hasta que no se demuestre lo contrario, esos conceptos están instalados sólo en la psiquis humana, variando según distintas épocas y sociedades.
No hablamos de bien y mal como hechos éticos, mucho menos religiosos, hablamos de una compleja red de pensamientos opuestos, causa y consecuencia, que llevo, gracias a la adquisición de comprensión, a elaborar distintas abstracciones, entenderlas y aplicarlas.
Entonces, metafóricamente, el fruto del árbol prohibido era la necesidad de satisfacer la curiosidad, la pregunta inicial de toda ciencia,»¿por que?».

A medida que el hombre transitaba el camino del conocimiento se alejaba del instinto, dejo de actuar según las normas dictadas por la naturaleza y siguió su propio criterio. Lo hizo con éxito, dado que el saber consiguió lanzar a una especie físicamente vulnerable, en clara desventaja, y ponerla en dominio casi total del entorno. Hasta llevarla fuera de la tierra, al espacio.
La fuerza descomunal del hombre está en su capacidad de observar, deducir, aprender y transmitir lo aprendido en beneficio de las siguientes generaciones, sacando provecho de aciertos y errores, agranda día a día ese enorme caudal de saber.

Sin embargo, la ruptura con la animalidad ha sido tan dolorosa, de una conmoción tan fuerte, que en el punto que estamos de evolución los trastornos psíquicos son tales y tan comunes que es difícil encontrar un ser humano equilibrado, hablando siempre de la civilización occidental y citadina. Como si al cerebro del hombre le faltara una pata. Esa «ausencia» provoca que el avance no sea armónico. Y muchas veces ni siquiera lógico.
Al estudiar la historia encontramos impresionantes logros seguidos de fulminantes fracasos. Como si por cada tres pasos se retrocediera uno. Contradicciones no especulativas, contradicciones reales.
Ni el mismo ser humano comprende sus claudicaciones.

Los instintos son conductas no aprendidas que se transmiten genéticamente entre los seres vivos, algo así como un manual educativo escrito por la naturaleza.
Hace que el lobo tenga conducta de lobo y la gacela conducta de gacela. El lobo cazara para alimentarse, y la gacela escapara, pero, si es derribada se entrega, no se resiste . Si la gacela se alimentara de lobos y estos una vez atrapados dejaran de luchar, diríamos que sus psiquis están enfermas.
Algo así pasa con el humano, cazadores y presas de si mismos.

La comprensión del entorno no siempre brinda beneficios inmediatos, por ejemplo, el hombre sabe perfectamente que es un tsunami, cual es la razón de que se produzca, e invento sofisticados instrumentos para detectarlos.
Sin embargo, en el Sudeste Asiático en 2004 un tsunami costó la vida de 230.000 personas. Pero, no afecto prácticamente a los animales salvajes. Sólo se trataba de prestar atención a las ratas.
Así y todo diversas teorías psicológicas concuerdan que el único instinto que posee el humano es el de supervivencia, y falla.
Falla ese instinto también en la ferocidad de sus guerras, es bien capaz de aniquilar a su propia especie, sin empatía, sin razonar. Gran parte del crecimiento científico fue impulsado en investigaciones militares.
Muy poca ciencia y tecnología han tenido un origen de pura filantropía.

Otro ejemplo diferente de la inestabilidad de la especie, la destrucción insensata, criminal de La Biblioteca de Alejandría, un compendio fabuloso del conocimiento antiguo, un sitio creado intencionalmente,donde las ciencias, la investigación, la creación y constante fluir del saber lo convirtieron en la hazaña más brillante de la antigüedad. Se dice que tanto conocimiento acumulado recién en los últimos siglos se pudo recuperar.

Ahora bien, no se pretende, ni siquiera es posible ni conveniente el regreso a la animalidad, hasta sería de una necedad rayana en la estupidez proponerlo, la expulsión fue definitiva y tal vez tiene su razón de ser.
Si eso no hubiera sucedido, difícilmente estaríamos sobre la tierra. Hoy seríamos fósiles. El conocimiento, la ciencia, el aprendizaje hechos por el hombre hacen al hombre.
Abandonarlos, vomitar el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal implicaría pagar un altísimo precio, renunciar a su más preciado don, la curiosidad y la habilidad de transformarla en ciencias, sería adquirir la postura de cuatro patas para retroceder.

Sin embargo, y dejando bien claro eso, sería un provechoso desafío abrir una brecha, intentar re conectarse con la naturaleza animal, entenderla sin humanizarla.
Un gran desafío para la ciencia sería volver a adquirir esos dones originales,volver a incorporar el manual de la naturaleza en la genética humana.
Recuperar la animalidad perdida puede equilibrar la psiquis inestable del hombre, porque es un animal, ni más ni menos, con un cerebro prodigioso, pero desgarrado.

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