Una realidad en Europa. Fin de la trilogía ‘Medidas Fiscales contra la Obsolescencia Programada’

  • Tercera y última entrega de ‘Medidas Fiscales contra la Obsolescencia Programada’
  • Por Santiago Molina

 

La exención de IVA a la recogida y venta de bienes usados por parte de “empresas sociales” (integrantes de la “economía social informal”) coincidente en España con una de las reivindicaciones históricas de la Economía Social “formal”, también es una realidad en países como Francia donde las Autoridades son conscientes de que al consistir en actividades que contribuyen a crear empleo a favor de personas en riesgo de exclusión o que presentan algún tipo de discapacidad, favorecen no sólo su integración socio-laboral sino que contribuyen de manera extraordinaria al cambio de modelo de producción y consumo en los términos en los que exige la realidad medioambiental situada ya en fase de ultimátum. También en Bélgica, sin llegar a estar exentas, a las actividades de estas empresas se les aplica un IVA reducido del 6%.

En otros países de nuestro entorno podemos apreciar cómo la reducción fiscal en lugar de aplicarse a “categorías generales” tiende a favorecer actividades concretas. En Irlanda, Luxemburgo, Malta, Países Bajos, Polonia, Eslovenia, Finlandia y Suecia existe una reducción del IVA a favor de los servicios integrados en la llamada “reparación menor” (como el arreglo de bicicletas, de zapatos y de artículos de cuero) y en el Reino Unido, por ejemplo, la venta de artículos donados tampoco tiene la obligación de tributar por el IVA siempre que se realice a favor de una organización benéfica o de otro tipo, cuando ésta certifique por escrito que las ganancias obtenidas por la transacción van a ser donadas a una organización caritativa.

Esto, no obstante, tiene que verse complementado con políticas desincentivadores de la fabricación low-cost. ¿Cómo podemos tener tan asumido que un producto nuevo sea más rentable que una reparación, salvo que con el sistema low-cost de producción alguien se esté haciendo cada vez más rico promocionando (quién sabe qué extraño mecanismo mueve el deseo de los y de las consumidoras) el consumo barato como factor cultural que reconcilia al homo consumens con su pérdida de poder adquisitivo (el pan y circo de toda la vida) a costa de que el planeta sea cada vez más pobre? Y es que, a estas alturas, el cambio de conciencia que posibilitaría la transformación del modelo implicaría renunciar y renunciar siempre es duro.

Como “de fuera vendrán que bueno te harán” parece que al final, hasta el demonizado marquismo de los ochenta y noventa (contaminado por cuestiones identitarias y de pertenencia) no era para tanto… Se ha sustituido el sacrificio que en muchos casos llevaba aparejado poderse permitir algo “de marca” (expresión desactualizada) por un consumo “de baratura”, si bien en lo que yo recuerdo, las marcas de aquella época al menos venían etiquetadas como “made in Italy” o “made in France” o “made in England” o “made in Spain”, mientras que ya casi nadie recuerda (aunque yo me empeño volver a ponerlo de actualidad a la mínima) que el 24 de abril de 2013 el derrumbe de una fábrica de confección en Bangladesh (el país más pobre del mundo junto con Haití) que fabricaba en condiciones de “esclavitud técnica” para marcas que aquí nos posibilitan el placer de “estrenar” como “Primark”, “Mango” o “Inditex”, dejó 1.130 muertos (sobre todo mujeres) y más de 2.000 heridos que en muchos casos van a tener muy difícil reincorporarse al trabajo en un país en el que, con decir que el edificio derrumbado era propiedad de uno de los dirigentes del partido gobernante, creo que ya está todo dicho.

Y es que no nos engañemos; hablando de “precios” es obvio que al margen de cuestiones de “estatus” (real o presunto) nada tiene que ver lo que cuesta un bien de consumo fabricado por un trabajador conforme a salarios de convenio occidentales sujeto a la normativa sobre Prevención de Riesgos Laborales y que si enferma se coge la baja, con las condiciones que están dispuestos a asumir los trabajadores de los países explotados, porque peor es no tener nada. Para que a los consumidores se nos caiga la cara al suelo de vergüenza, como mínimo.

Complementariamente con esto, a un producto que implica cierto desembolso (y que cuando ha sido fabricado para durar tiene otra calidad) el consumidor le atribuye otras connotaciones en lo que se refiere a uso y reparación haciéndole probablemente “merecedor” de cuantas puestas a punto precise, incluso después de haberse superado el plazo presunto de amortización. Frente a la cultura de lo barato, cada vez se aprecian en el mercado más ejemplos de la “contracultura de la permanencia” que, quién iba a decir hace unas décadas que, el sector lujo junto con la vanguardia estética terminaría desarrollando también connotaciones antisistema…

Se supone que con el incremento del valor de los bienes (el cambio de modelo de consumo tiende a alterar el modelo de producción obligando a los fabricantes a que sus productos sean reparables y duraderos) la delirante excusa de que reparar o reutilizar sea más caro que comprar (principio fundamental de la sociedad de consumo) terminará por parecernos de otra época. No obstante, si este incremento viniera avalado por la supresión de la carga impositiva sobre los servicios de reparación y reutilización, avanzaríamos más y mejor hacia la interiorización de que lo “normal” termine siendo reparar y reutilizar todo aquello a lo que una “puesta a punto” devuelva a la vida útil en plenitud de facultades, en detrimento de la compra de productos nuevos fabricados en contextos laborales y medioambientales depredadores.

Y es que, de lo que se trata realmente es de revertir la mentalidad de usar y tirar hacia la que nos han ido conduciendo las multinacionales para que, situándonos en un nivel superior de conciencia, tendamos instintivamente a la reutilización de las cosas que no usamos o que se han roto. Tendríamos también que intentar “dignificar” desde la ética, la compraventa de productos de segunda mano que en España hasta cierto punto aún tiene matices de “deshonra” (no lo digo yo, lo dice la fundadora de una plataforma de ropa de segunda mano) y que en otros países de Europa aparte de encontrarse mucho más extendida, hasta los clientes presumen de su osadía con cierto orgullo.

  • ¿Dónde estamos en España?

En España, en estos momentos no está contemplado el IVA al tipo impositivo del 0%. Existe la exención del IVA para algunos sectores, medida que no coincide exactamente con lo que piden las “Organizaciones de la Economía Social” puesto que, como fórmula impositiva la exención no permite deducirse el IVA soportado mientras que el tipo 0% sí lo permitiría. Al mismo tiempo, el denominado “paquete de medidas de la Economía Circular” está todavía en fase de negociación sin que haga mención alguna a la reducción del IVA para este tipo de actividades, aunque de aquí a los próximos meses los apoyos pueden facilitar que la balanza se incline de un lado o del otro.

Con toda la cautela que exige “incentivar” a la ciudadanía mediante beneficios fiscales (que tienen que ser mínimos, muy concretos y muy estudiados) parece que, en lo que se refiere a la Economía Circular y a los beneficios que conlleva canalizarla a través de la Economía Social, las organizaciones progresistas de Inspectores y Subinspectores de Hacienda (que yo, personalmente, son de las que me fío) no se han opuesto a la posibilidad de implementar el IVA al 0% lo que no deja de ser un respaldo a esta iniciativa, que merece ser tenido en cuenta.

 

  • Artículo elaborado por Santiago Molina Jiménez

Santiago Molina Jiménez

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