Un hombre llamado Fandiño, otro relato de absurdo contenido

Manuel Guisande

Manuel Guisande

Acababa de llegar a su camarote después de haber entregado su documentación en la oficina de pasaportes del trasatlántico. Fandiño, que así se llamaba, se tumbó en la cama, suspiró tranquilamente y susurró: «Por fin de vacaciones». No le dio tiempo ni a echar una ojeada al camarote ni a colocar la ropa en el armario cuando alguien llamó bruscamente a la puerta con los nudillos. Abrió, y un hombre con un arma le conminó a que le siguiese. «¡¡¡Oiga, que soy gallego!!!», gritó Fandiño.

El hombre lo miró extrañado y sin pronunciar palabra lo condujo a empujones por varios pasillos hasta el salón principal del crucero donde otros dos mil pasajeros habían decidido hacer un viaje de placer por las islas del Caribe.

Doce individuos, armados con metralletas y cubiertos con pasamontañas entregaron a cada uno de ellos un escrito en inglés, francés, alemán y árabe en el que se podía leer que pertenecían a una organización terrorista. Además, demandaban que el Gobierno de Argelia debía dejar en libertad a siete guerrilleros fundamentalistas o harían volar el trasatlántico. Advirtieron que habían colocado bombas en lugares estratégicos y que solo con apretar un botón todos morirían, por lo que era mejor que siguieran las instrucciones, que no intentaran nada y que se mantuvieran tranquilos.

Tras un breve silencio, el cabecilla, apuntando con una pistola a la sien de un pasajero, preguntó a los turistas si habían entendido las órdenes. Todos, temblorosos y pálidos, entre sollozos de algunos niños, callaron y asintieron, excepto Fandiño, que alegó que no comprendía las instrucciones, que él era gallego y que no sabía inglés, alemán, francés ni árabe, y que solo, pero poco, el portugués. La reacción de Fandiño fue interpretada por el resto del pasaje como la de «un hombre con aplomo», pero el responsable del grupo terrorista pronto se dio cuenta de que aquel individuo, más bien bajo, calvo, con coloretes y regordete era un inconsciente, además de un imbécil.

Después de mirarlos uno a uno, en una especie de guerra de nervios interminable, finalmente señalaron a Fandiño, al que hicieron comprender, pero ahora con un par de bofetadas de por medio, que iba a ser el interlocutor válido ante las autoridades argelinas. «Interlocutor válido», se dijo Fandiño, extrañado sin saber muy bien cuál era la misión que tenía que cumplir, a la vez que se preguntaba dónde estaba Argelia.

Pronto la noticia del secuestro del trasatlántico Brisin Ocean fue portada en todos los medios de comunicación, al igual que el nombre de Fandiño. Periodistas de todo el mundo se dirigieron hacia el lugar donde estaba el barco y, tanto por aire en helicópteros y avionetas, como por mar en todo tipo de embarcaciones, el crucero era fotografiado y cada reportero contaba lo que sus prismáticos le dejaban ver, pero… y estas eran las preguntas que se hacían en todos los editoriales de los rotativos: ¿quién era Fandiño?, ¿se llamaba realmente Fandiño?, ¿por qué lo habían elegido como interlocutor?, ¿tenía alguna relación con los argelinos?, ¿era realmente un pasajero del Brisin Ocean o acaso era un integrante del grupo armado?.

 

Los reporteros de prensa, radio y televisión daban exclusivas sobre la vida de ese hombre que de la noche a la mañana acaparaba la atención internacional. Fandiño era en verdad Aureliano Ferreira Fandiño, de 50 años, natural de la localidad gallega de Corme. Al igual que sus padres, era percebeiro y poseía una pequeña chalana de madera con la que a diario se hacía a la mar. Unas veces eran sardinas lo que pescaba, otras veces iba al calamar, al pulpo, a recoger las nasas, y cuando el tiempo se encabritaba, entonces se dedicaba al percebe con su cuñado Josito, al que también entrevistaron para conocer la personalidad de Fandiño.

Josito, que iba de plató en plató para hablar de su famoso cuñado, explicó que Fandiño era muy buena persona «pero por las malas… es un demo», a la vez que contaba que una de las bromas que solía hacer consistía en pedir una cerveza, coger el abridor y luego echar el artilugio por dentro de la camisa de quien estaba de espaldas a él y culpar al dueño del bar. Mientras Josito reía, nadie de quien lo entrevistaba comprendía la gracia, pese a que él insistía en que era muy buena y divertida, y en ocasiones la repitió hasta cinco veces por si no la habían entendido. Solo un periodista australiano sonrió, pero todos interpretaron que sería por otra cosa y no le dieron más importancia.

Las continuas entrevistas con los padres de Fandiño y un hermano que trabajaba como tornero fresador en Citroën, así como una antigua novia, de nombre Elisiña, aclararon otros aspectos de la vida de quien estaba en el punto de mira de todas las informaciones del mundo. De esta manera, los lectores pudieron saber que Fandiño nunca había viajado y que había decidido hacer un crucero después de que durante meses se parara ante el escaparate de una agencia, cuyos empleados a punto estuvieron de llamar a la policía al sospechar que sus intenciones eran otras que ver los precios y las fotografías de los barcos y camarotes.

Otros aspectos de su vida también fueron publicados, muchos sin interés alguno: como que había jugado en un equipo de tercera regional y que fue un gran extremo izquierdo, o que sus aficiones eran todas menos la lectura. Pero una cosa era evidente, Elisiña, a la que había dejado plantada en una romería celebrada en una aldea de la zona de Arcade cuando tenía 20 años, reavivaba su amor por Fandiño y pedía a los secuestradores «que no le hicieran mucho casiño y que no le pegaran, que era un poco tozudiño».

A Elisiña, unas veces a lágrima viva, y en otras ocasiones más bien sedada que tranquila, cuando le preguntaban por su amor de juventud solía escapársele como del alma: «¡Ay!, meu Fandiño», encontrando así las revistas del corazón un filón que no paraban de explotar mostrando fotos de Fandiño en bañador, descamisado en algunas bodas e incluso en el suelo con una botella de vino mientras se reía.

En tanto los diarios publicaban la vida de Fandiño, en el Brisin Ocean los terroristas preparaban el helicóptero de evacuación del propio trasatlántico para desplazarse a la sede de la ONU e iniciar las primeras gestiones antes de ir a Argelia. Una noche, Fandiño fue llevado junto con otro pasajero a la aeronave y a punto estuvo de irse abajo la operación cuando ya estaba todo dispuesto para hacer el largo trayecto. El imprevisible Fandiño dijo a sus captores que tenía miedo a las alturas, que él ya en Ourense se había negado a subir a un ascensor que llegaba a lo alto de un rascacielos y que incluso en casa, cuando por la televisión mostraban una vista panorámica de cualquier paisaje o lugar, sufría vértigo y tenía que agarrarse a la butaca en la que estaba sentado para no marearse.

Unas bofetadas bastaron para que subiese a la aeronave e hiciera el viaje, pero menudo viaje… hasta llegar a Nueva York; Fandiño, que para entonces ya chapurreaba el inglés de tanto oír al pasaje, recordó a los terroristas parte de sus vivencias: los remates que hacia de cabeza en el equipo de su pueblo, lo ricos que eran los camarones, cómo se araba la tierra, la diferencia entre los grelos y la coliflor o cómo pica el calamar y lo diferente que lo hace la sardina. En varias ocasiones los secuestradores le ordenaron callar y le repitieron que su vida corría peligro si no conseguía negociar la liberación de los que llamaron «amigos de Alá» y que de eso era de lo único que se tenía que preocupar.

Fandiño, cuando le explicaban cuál era su cometido, se quedaba un poco sorprendido, callaba, y al poco rato volvía a la carga explicando a los terroristas los diferentes platos de la gastronomía gallega; que si en la costa se comía mejor que en el interior; que si en Corme, donde había nacido, una vez estuvieron a cuarenta grados a la sombra y que en un pueblo más o menos cercano, Tiobre, había unas chicas…

Al llegar al aeropuerto neoyorquino, los tres encapuchados que le acompañaban se miraron entre sí. Sin decir palabra abrieron la portezuela del helicóptero y de un empujón lo echaron sobre la pista mientras explicaban al otro rehén, un turco que durante el viaje también hubiera dado lo que fuera para que se callara Fandiño, que desde ese momento habían decidido cambiar de interlocutor válido.

Fandiño, ya en libertad, fue entrevistado por cientos de periodistas que tuvieron que buscar intérpretes en Galicia porque no comprendían bien el idioma en el que hablaba, ya que se negaba a decir cualquier palabra en cualquier otra lengua que no fuera el gallego, alegando para ello que «despois pasa o que pasa».

Unos días después, Fandiño había pasado al anonimato y se hallaba en su pueblo natal. Allí, en el bar, entre carajillo y carajillo, y ante la mirada siempre atenta de Elisiña, comentaba los momentos más dramáticos que había vivido en el crucero, cómo eran los terroristas, cómo iban vestidos, las armas que portaban, lo bien que lo trataron y cómo en un momento dado hasta creyó que habían congeniado.

Durante semanas, Fandiño acudía al bar y daba toda clase de explicaciones a quien le preguntaba. Al cabo de un mes, en soliloquios que duraban tres y cuatro horas, solamente Elisiña seguía interesada en oírle y, con los ojos abiertos y con la mente puesta en el mar, pensaba: «Non me extraña que o colleran como interlocutor válido, ¡¡¡como fala, como fala!!!».

Cinco años después, ya solo Elisiña, paseando por la playa o por el campo, seguía escuchando a Fandiño sin decir nada. Sin duda, Fandiño, de alguna forma se había vuelto un poco fundamentalista en su conversación, y Elisiña, pese a que una vez había sido rechazada, seguía locamente enamorada.

 

Manuel Guisande

https://manuelguisande.wordpress.com/

También te podría gustar...